Es necesario e importante
comprender que el
cuerpo nos lleva al descubrimiento y a la realización de nosotros mismos.
Por el cuerpo llegamos a la maduración de nuestra conciencia y al hallazgo de
nuestra identidad.
El cuerpo, además, nos permite experimentar el mundo en
el que vivimos y crear el mundo en el que queremos vivir.
La
experiencia corporal de las cosas es la primera aproximación que tenemos
a la realidad, el cuerpo es la llave mágica que nos abre al encuentro con
los otros, es expresión y lenguaje.
En el transcurso de los primeros períodos
de vida se produce una importante diferenciación entre el propio cuerpo y los
objetos exteriores al cuerpo. Como consecuencia de diversas experiencias, el
niño ya no trata a su propio cuerpo como a un extraño y, poco a poco, lo va
individualizando. Primeramente individualiza las partes del cuerpo, pero sin
integrarlas en un conjunto; luego se efectúa la integración. El niño cobra
conciencia del carácter “total” de su cuerpo al mismo tiempo que el “otro”
llega a ser para él una persona “total”. Entonces ve su propio cuerpo en la
misma forma en que ve el cuerpo ajeno. Eso ocurre en primer lugar con la madre,
que es el primer ser frente al cual el niño se sitúa.
A
medida que el niño va creciendo se hace fundamental la relación que los
cuidadores establecen con éste, el modo en que se relacionan con el cuerpo del
niño y con sus propios cuerpos. El cariño y el cuidado va siendo internalizado
por el niño quien va aprendiendo a desenvolverse en el mundo a partir de estas
experiencias.
Las
capacidades mentales que utilizamos a diario, el pensar, razonar, imaginar,
fantasear, entre otras, no surgen de manera innata en nosotros sino que siguen
un proceso de desarrollo y construcción. El único medio del que disponemos al
nacer para ir construyendo un funcionamiento mental es el cuerpo, con su
capacidad de percepción sensorial que nos contacta con el mundo externo. Lo que
va pasando con nuestro cuerpo va determinando la forma en que construimos
nuestra mente. La mente no tiene otra alternativa que ir haciendo experiencia y
construyéndose desde lo que pasa con el cuerpo.
El
niño durante los primeros meses de vida logra identificar las vivencias
placenteras de las displacenteras y es a partir de las últimas que el bebé se
moviliza a explorar el mundo. Es por esto que es fundamental de qué manera
estuvo la madre dispuesta a satisfacer las demandas del bebé, cuánto lo hace
esperar, si lo satisface de manera inmediata, y todas las sutilezas que ocurren
en la interacción con su hijo. Así mismo a medida que el pequeño va creciendo,
se ve enfrentado cada vez a más limitantes que no le permiten obtener de manera
inmediata lo que desea. A partir de estos límites es que la persona va logrando
hacer conciente su deseo y a la vez se ve movilizado a buscar soluciones
alternativas para conseguir lo que busca. Es decir se estimula un proceso de
pensamiento que se va haciendo cada vez más complejo a medida que se avanza en
el desarrollo. La satisfacción inmediata
de las necesidades, sin trabajo emocional, es decir el placer fácil genera un
condicionamiento en la persona. Se reduce la tolerancia a la frustración y se
tiende a buscar ese placer en forma impulsiva y muchas veces autodestructiva. Por
otra parte el placer que se obtiene a través de un trabajo emocional, que
muchas veces implica la postergación y la espera, en función de un mejor final,
mejora la calidad del deseo. La tensión placentera que surge de la espera y del
recorrer junto a otra persona un camino, siendo capaz de disfrutar cada una de
sus etapas con cariño, respeto y entrega, promete un final mucho más
satisfactorio y disminuye el riesgo de tomar decisiones apresuradas e
irresponsables.
Es
así como en todo orden de cosas, los límites permiten dosificar los impulsos
que un principio son vividos como irrenunciables. Los límites nos permiten
disfrutar de los distintos placeres sin hacernos esclavos de ellos.
El
controlar los impulsos nos va abriendo un campo de posibilidades que nos
diferencian de otros seres vivientes. La posibilidad de generar un espacio
mental entre el deseo y la acción nos entrega la posibilidad de reflexionar
acerca de las consecuencias de nuestros actos y poder así tomar decisiones
analíticas que nos permitan ir construyendo el destino que buscamos. Es así
cómo el hombre ha ido aprendiendo a modular su comportamiento para poder
acceder a un nivel más complejo y profundo del goce y de la vida.
Esto
no quiere decir que el desarrollo se ve favorecido por una permanente renuncia,
limitación y prohibición de los impulsos sexuales. Eso llevaría a la represión
de la sexualidad, la cual tiene serias consecuencias para la sexualidad adulta.
Lo más sano y enriquecedor sería lograr explorar e ir descubriendo sin
arriesgarse a experimentar consecuencias destructivas, traumáticas e
innecesarias. La única manera de conocer la realidad es explorándola, lo que
implica, pensarla y elaborarla para poder integrarla. Es necesario para llegar
a conocer algo de manera más profunda y compleja, no sólo actuar o reaccionar,
sino también pensar, cuestionar y analizar.
El
ser capaz de esperar y de tomar
conciencia de que se puede encontrar un manera de satisfacer las necesidades
sin faltarse el respeto a uno mismo ni al otro, logrando enriquecer el deseo y
tolerar la incertidumbre, genera un proceso creativo, obras creativas del mundo
interno.
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